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Romantizar las largas horas de oficina afecta el equilibrio laboral y familiar. Es vital priorizar la productividad y el bienestar de los empleados sobre la mera presencia física en la empresa.
“Todas mis posesiones por un momento más de tiempo”
-Isabel I
En un mundo laboral tan itinerante, en donde hombres y mujeres interactuamos cada vez más, tanto dentro como fuera de los ámbitos organizacionales, la familia sigue siendo la familia y la empresa sigue siendo la empresa.
Un fenómeno permanece en la cultura organizacional: la romantización de exceder los horarios de oficina y quedarse a cumplir hasta 14 por jornada.
Este hábito que algunos colaboradores han adoptado como un signo de compromiso y dedicación, puede llevar consigo juicios implícitos hacia aquellos que administran sus horarios de trabajo para mantener un equilibrio entre la vida laboral y la vida familiar.
Culto a la presencia
Quedarse más tiempo en la oficina puede percibirse como una forma de compromiso devocional por las actividades de oficina y esta percepción se ha vuelto cada vez más arraigada en la cultura laboral, a pesar de los cambios que trajo consigo la pandemia de Covid-19 y la necesidad de implementar el trabajo remoto.
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Con la implementación de la NOM-037-STPS-2023, muchas de las empresas que habían logrado beneficios en términos de productividad, ahorros y desempeño, decidieron no correr los riesgos de una inspección y retomar el formato de presencialidad en sus oficinas, lo que trajo un incremento en la rotación y un descontento generalizado para aquellos colaboradores que ya conocían las bondades del teletrabajo, desde lugares de descanso o el contacto y atención que podían sostener con sus familias.
Para las empresas que trabajan con grandes corporativos en el extranjero, es muy normal acoplar los horarios a la oficina corporativa, sin hacer cambios en los horarios de los colaboradores, así, por ejemplo, un ejecutivo en México que debe sostener juntas con personal de Estados Unidos puede comenzar a tener juntas a las 6:00 AM y terminar la jornada a las 7:00 PM, sin ser considerado como un exceso de tiempo en el trabajo.
Los contratos laborales cubren sólo una porción de esos horarios y al final, el intercambio de tiempo y dinero se da en términos de desigualdad.
El estigma de eficiencia
En la mayor parte de Latinoamérica, los líderes se quedan hasta catorce horas en la oficina, algo tan común que si uno de ellos se va a tiempo para reunirse con su familia, se ve de lo más raro, mal visto y parece una mala práctica, una falta de compromiso o constancia.
Por el contrario, poner juntas a primera hora del día o penúltima hora de la tarde, debería estar clasificado como una de las más extrañas y controversiales prácticas, sólo derivadas de una falta rotunda de cuidado hacia el bienestar de los colaboradores, en todos los niveles de la organización. Ver la agenda de juntas y reuniones completamente llena es preocupante porque no deja tiempo para la imaginación, la innovación y las ideas creadoras de nuevos caminos de negocio, mejoras en los procesos e ideas valiosas.
Aquellos que optan por cumplir estrictamente con sus horarios establecidos a menudo enfrentan juicios silenciosos. Pueden ser percibidos como menos ambiciosos o comprometidos, incluso si su rendimiento es igual de destacado. Esta dinámica puede crear un ambiente laboral tenso y desequilibrado, donde la presencia física se valora más que los resultados y la eficiencia.
Productividad sobre presencia
Es crucial cambiar esta narrativa. Los empleadores y los líderes deben reconocer y valorar la eficiencia y la productividad sobre la simple presencia física. Fomentar una cultura donde los empleados puedan prosperar tanto en el trabajo como en sus vidas personales es esencial para el bienestar organizacional a largo plazo.
Como se ha planteado en otras columnas, la importancia de que las personas encuentren en la organización la forma de cumplir sus sueños y metas radica en la estabilidad, la prosperidad y la productividad que la organización obtiene de ellas.
Si no somos la ruta por la que se logran los objetivos estratégicos y las metas personales, no somos una organización que aporta valor a la sociedad, sólo generamos dinero.
Cuando un líder no prioriza a su personal y olvida difundir una cultura de integridad, es decir, de poner en la balanza la vida en el trabajo, la vida de familia, el tiempo personal, la diversión, la capacitación, la autorrealización y hasta el autoconocimiento a través de planes culturales y de esparcimiento, ya puede olvidarse de que sus colaboradores prioricen la productividad y el alto desempeño.
Las personas forman a la organización, la segunda no existe sin la primera y las personas, siempre seremos personas, sin importar cuánto nos cambie la tecnología y la ciencia.
Cultura laboral equilibrada
En última instancia, alcanzar un equilibrio entre la vida laboral y familiar es un derecho fundamental para todos los colaboradores.
Romantizar quedarse más tiempo en la oficina a expensas de este equilibrio no solo es injusto, sino que también contraproducente para el bienestar individual y colectivo.
Es hora de reflexionar sobre nuestras percepciones y prácticas laborales y trabajar juntos para construir entornos donde el éxito se mida no por la cantidad de horas en la oficina, sino por los resultados alcanzados y el bienestar sostenible de todos los empleados.
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